Soñaba yo con las semifinales de la Champions League. Soñaba incluso con llegar a la final. Pensaba si sería ésta la temporada en la que por fin levantáramos la copa de campeones, la orejona. Pero el Chelsea me ha despertado cruelmente de mis dulces sueños. Nos ha pasado por encima. Nos ha ganado muy justamente. Y, de rebote, nos ha situado al borde del fracaso en los objetivos de esta temporada.
Y el caso es que había empezado la tarde muy esperanzado. He acudido temprano a Mestalla. He podido aparcar –bien– el coche. He disfrutado del ambiente de las grandes ocasiones en los aledaños del estadio. Me he tomado una copa con los amigos en el bar, comentando las circunstancias del partido. Y me he sentado en mi sitio de siempre, esperanzado al ver a Morientes en el once inicial, y dispuesto a ver al Valencia salir con ganas a por el partido.
Al principio ha sido todo muy bonito. Espectacular el tifo que ha teñido el campo de naranja y negro. Impresionante la afición cantando y repudiando a Antena 3. El partido, en sus comienzos, ya mostraba a un peligroso Chelsea cada vez que se acercaba a la portería de Cañizares, pero también a un Valencia decidido a no especular con el resultado, esperando que llegaran sus oportunidades.
Y vaya si llegaron las oportunidades. Hacia la media hora de partido, Morientes envía el balón al poste después de una buena jugada de Villa. Pero a la siguiente oportunidad no perdona. Centro de Joaquín, y volea del Moro al fondo de la red. Me he emocionado con el gol. Ya veía mi sueño un poco más cerca. Poco después hubo otra gran jugada de Villa, que no acabó en gol o penalti por muy poco. Eran los mejores minutos del Valencia. Pero ahí se acabó todo. El Chelsea fue poco a poco adueñándose del partido, y poco antes del final de la primera parte, Cañizares tuvo que hacer una grandísima parada para evitar el gol de Drogba.
La segunda parte fue un calco de la de Stamford Bridge la semana pasada. Cambio táctico de Mourinho, en este caso con la entrada de Cole en lugar de Diarra, y Quique y el Valencia que no se enteran. Cuando se quieren dar cuenta, ya nos ha empatado el Chelsea en una jugada llena de rebotes desgraciados. El resto de la segunda parte ha sido un sufrimiento continuo, con ocasiones clarísimas del Chelsea y con otra parada antológica de Cañizares. Yo mientras abatido en mi asiento, viendo impotente cómo el Valencia era incapaz de dar un par de pases seguidos sin perder el balón, y viendo cómo también era incapaz de crear ni una sola ocasión de peligro ante la portería del Chelsea.
La puntilla ha sido el segundo gol en el minuto noventa, cuando ya todos pensábamos en la prórroga. Prórroga que estaba seguro que iba a ser un quiero y no puedo del Valencia. En esta ocasión, Mourinho le ha ganado la partida a Quique, claramente. El gol del Chelsea ha sido en el último minuto de partido, sí, pero hubiera podido ser en cualquier momento de la segunda parte, o lo más tardar en la prórroga. No veía yo al Valencia capaz de llegar a los penaltis.
¿Y el árbitro? Pues no sé qué decir. La primera tarjeta se la ha sacado a un jugador del Chelsea, sí, pero luego nos ha cosido a faltas y a tarjetas. No sé si tenía como objetivo evitar que el Valencia pasara a la siguiente ronda, pero por si acaso ha amonestado a Albelda, Ayala y Moretti, que se hubieran perdido el hipotético primer partido de semifinales. Cada vez que pitaba ya sabíamos todos a favor de quién era... del Chelsea, of course. En fin, un árbitro valiente, como quería Mourinho.
Bueno, otra vez será, que se suele decir en estos casos. Pero yo no pierdo la esperanza de ganar algún día, algún año, la Champions League. Esperemos ahora que el equipo no se desmoralice en la liga, y que por lo menos acabemos en puestos Champions. No solo es el objetivo mínimo de la temporada, sino que –además– es el único objetivo que nos queda ahora.
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